Tiempo atrás se volvió recurrente en los programas de actualidad (televisivos, radiales) indagar en un hecho que estaba tomando vigencia: muchas personas entran al baño con el celular en la mano para seguir distintas alternativas mientras hacen caca. Todo eso que era una novedad, dicen, se volvió una modalidad. Se naturalizó.
¡Dejen en paz al celular, estimades!
¡Desconecten el rumiar digital!
¡Salgan de las pantallas, respiren el aire analógico!
Tendría que decirles esto y más, mucho más.
Subirme al tinglado del evangelismo. Pero no. No sé por qué fueron a parar estas arengas a esta página.
Hagan lo que se les cante.
Si quieren seguir conectados a la desconexión de la realidad más altisonante, la real, la de carne y hueso, háganlo.
Sean felices, coman perdices digitales.
Decía. Se ha vuelto natural –como se ha vuelto natural ir con el celular en la mano mientras se ¡maneja un automóvil!– posar el upite en el inodoro leyendo noticias o mensajes en la pantalla del teléfono móvil, en desmedro de contar con la compañía de un libro, una revista o un suplemento de un diario.
Detrás de este fenómeno hay un debate o una conversación que no damos. O que usualmente no está en la agenda.
¿Qué hacemos con el tiempo?
El tiempo libre. El tiempo en que no hacemos otra cosa. El tiempo entre una actividad y otra. El tiempo de espera. El tiempo que notamos que lo perdemos.
El tiempo como chicle.
El tiempo como oro.
Se preguntan: “¿Se come el tiempo? ¿El tiempo come chicle? ¿El tiempo come oro?”
Insisten: “Sentado en el inodoro, ¿te ponés a comer tiempo?”
Un pequeño aporte mensual puede ayudar considerablemente al motor de este canal de difusión. Dele enter, estimade suscriptor.
El paso a llevar a cabo es automático y la vía es MercadoPago.
¡Danke/ merci/ grazie/ obrigado/ большое спасибо/ asante sana/ شكراً/ gràcies / 多谢多谢/ Thank you/ תודה (רבה)!
Dos viernes atrás, en Tienda de canciones, invité a dos adolescentes –estudiantes de segundo año en una escuela secundaria porteña– a que conversemos acerca de la música que escuchan, las historias detrás de algunas canciones, cómo llegan a determinadas bandas, si van a shows. Fue un encuentro maravilloso.
Una de las invitadas contó que no entiende cómo una compañerita no escucha música.
“¿Qué hace en el subte mientras vuelve de la escuela? ¿Cree que TikTok es la fuente de la sabiduría? ¿Cómo puede vivir sin escuchar música? Escuchar música es la mejor compañía”, dijo.
Es duro conocer una negación tan talibán: la música no me importa, no la escucho, no tiene sentido, no me atraviesa, no me interpela.
Sin embargo, hay algo más.
¿Qué hacemos cuando el tiempo se detiene, cuando estamos yendo o huyendo hacia un lugar determinado?
¿Qué hacemos con ese tiempo?
No debe haber un lugar más íntimo que el baño.
Un espacio donde podemos hacer lo que se nos plazca con nuestro tiempo. Nadie te corre si cerrás la puerta.
Con el baño no se jode.
De vuelta. No se trata de evangelizar y rasgarse las vestiduras porque en vez de portar con un libro –la novela última de Santiago Craig, Vida en Marta; los poemas de Martín Rodríguez, Balada para una prisionera; el diario de grabación del más reciente disco de Los Besos, Nadie duerma–, entramos al baño con un teléfono celular.
El gran dilema –¡no dije enema!– es qué hacemos con nuestro tiempo.
Ese tiempo que tenemos a nuestro favor. Ese tiempo ligado a nuestra intimidad.
Ese tiempo de soledad y silencio.
Esta emisión de Bailando sobre una Telaraña está dedicada a Francisca E. y el gran logro de mudarse solita. ¡Una campeona! Y el agradecimiento infinito a Agustina Larrea que se puso a caminar sobre el tembladeral de Leucofobia y volvió con unas hermosas observaciones.
Además, gracias infinitas a quienes se sumaron al octavo programa de Tienda de canciones en radiosi.com.ar
Este viernes de 16 a 18 hs nos visita Adrián Paoletti.
Aquí va el link para que puedan escuchar este capítulo de la Telaraña:
Se agradecerán los comentarios y recomendaciones en redes sociales.
¡Nos vemos la semana próxima!
Bailando sobre una Telaraña, la vuelta de tuerca al algoritmo.