En estos días estamos cuidando la casa de unos amigos del barrio que se fueron de vacaciones. Una de las cosas que amo es explorar la biblioteca. Mi amiga es de estar atenta a los libros que hay que leer. Así que uno de mis pasatiempos es pispear qué me perdí.
Cuando tengo el stock, da comienzo la otra operación.
Amo detenerme en los subrayados de las lecturas de mi amiga. Es un modo de atravesar cada texto y quedarme con lo puntual o lo atrayente. Las páginas pasan y pasan hasta que me detengo en ese garabato. Lo leo. En general, va al hueso. ¡Bravo, amiga!
De un modo, puedo armar un libro con esa suma de subrayados. A veces esas líneas que sobresalen del resto también hablan de mí. Para eso leemos, ¿no? Para que nos den el parte de quiénes somos, cómo somos, qué nos falta, qué podría sanarnos.
“Había llegado a esa edad en que se planteaba, con creciente intensidad, una pregunta de tan abrumadora simplicidad que no sabía cómo encararla. Se preguntaba si valía la pena vivir su vida, si alguna vez había valido la pena”, leo en Stoner (Fiordo, 2021), una novela del estadounidense John Williams que en su momento generó gran devoción.
Uy, ¿posta, Gustavo? ¿Si vale la pena vivir? Bajemos un cambio.
“Rimbaud ha ido a Abisinia para enriquecerse con el tráfico de esclavos. Wittgenstein, después de desempeñarse durante un tiempo como maestro de escuela en una aldea, ha optado por un trabajo humilde como enfermero de hospital. Duchamp se ha dedicado al ajedrez. Al mismo tiempo que renunciaba de manera ejemplar a su vocación, cada uno de estos hombres proclamaba que sus logros anteriores en el campo de la poesía, la filosofía o el arte habían sido triviales, habían carecido de importancia”, leo en un ensayo de la estadounidense Susan Sontag (“La estética del silencio”), que forma parte de Estilos radicales (Taurus, 1997).
Abandonar, renunciar, ¿posta, Gustavo?
Por suerte algo de aire me sugiere Thoreau, el salvaje (Ediciones Godot, 2019) del francés Michel Onfray. Ante el rechazo de la vida mezquina, el estadounidense Henry David Thoreau nos propone una “‘medicina eupéptica’; es decir, una medicina para producir el bien, y para alejar lo malo, el mal. ¿Cuál es esta medicina? Regocijarse ante el esplendor de cada mañana; oponer una voluntad de goce al movimiento natural de la negatividad, que nos lleva hacia el pesimismo; desear la felicidad, que no nos es dada, sino que debe construirse; colocarse o volver a colocarse en el centro de uno mismo; transformar los inconvenientes en ventajas; buscar lo positivo en lo negativo; querer hacer de la propia vida una fiesta”.
Va por ahí la cosa, Gustavo, va por ahí.
Esta emisión de Bailando sobre una Telaraña está dedicada a la pequeña Nur Guerra y a sus padres, que están atravesando un momento muy difícil y doloroso (Nur tuvo una leucemia linfoblástica aguda y terminó realizándose un trasplante de médula que no funcionó). Hoy precisa mucho de todos. Quienes quieran -y puedan- colaborar económicamente pueden enviar a sana.calma.alisa.mp en mercado pago o a roca.madrid.arroz cbu 0170165040000005727388
PD: aviso parroquial. Hoy jueves 18 de enero por la noche estaré abriendo con mi guitarra el show del gran Diosque en Congo Club, Honduras 5329. A las 22 hs. Entrada gratuita. Los esperamos.
Aquí va el link para que puedan escuchar este capítulo:
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¡Nos vemos la semana próxima!
Bailando sobre una Telaraña, la vuelta de tuerca al algoritmo.