Bailando sobre una Telaraña #61 🪩🕷🕸
Cuatro horas (¡por hoy!) de novedades musicales, cero desperdicio
Un niño acompaña a su abuelo. Van a visitar a su tío. La travesía les llevará doce cuadras. El hombre mayor entonces le propone al nieto que al regreso deberá recordar el nombre de cada uno de los vecinos que él mencione cuando pasen frente a sus casas. Inician algo.
Caminan y el abuelo le dice ahí vive tal, ahí vive tal. Lo fundamental es la mano del hombre mayor. La mano a la que se aferra el infante. Una criatura que va midiendo las formas en cómo ese mano lo cuida. A veces de manera indiferente. Otras, atenta. Otras como si tuviera alma.
Sin embargo, lo más conmovedor de este paseo no lo vemos. No es una moraleja ni implica un plan. Tal vez se parezca más a la idea de experiencia que nos dejó el alemán Walter Benjamin. Eso de legar una experiencia. Hacer algo que parecíamos realizarlo por nuestra propia conveniencia o ego, pero que desplazado en el tiempo acomete y se plasma como una enseñanza inesperada.
Entonces, el niño ya grande y ahora abuelo se pregunta qué había detrás de esa caminata, de esos nombres, de esa mano aferrada. ¿Había algo? ¿Había un plan? ¿O solo iniciar una conversación? ¿Solo iniciar una estela de recuerdos? ¿Indicios de algo que no alcanzaba a ver? No lo sabe.
Una selva de sensaciones acompañan el recuerdo. No saber por qué hacemos ciertas cosas, pero la felicidad de hacerlas sin una finalidad. Hacerlas. Hacerlas porque sí. ¿Por qué no hacerlas? ¿Es por complacer al abuelo que nos llevaba de la mano? ¿O acaso no lo haríamos igual? ¿Una forma de aprender sin el peso de la ley?
Todo viene de un hermosísimo poema de Arturo Carrera, “Por aquí pasamos” (Vigilámbulo, Adriana Hidaglo Editora, 2014). En esa época, ante el lanzamiento de los tres tomos que reunían su obra poética desde Escrito con un nictógrafo en 1972 hasta esa fecha, el bardo de Pringles dijo: “No puedo dejar de admirar ese sistema incompleto de pensamiento que habita en la niñez y que también está en la poesía misma y que es para este mundo el más revelador. Una garantía de la adhesión de la vida a las cosas”.
En muchas ocasiones me preguntan por el armado de la música de cada Telaraña. Por el hilo de las canciones o tracks. ¿Qué hay detrás? ¿Cómo les fui encontrando un lugar? ¿Es una obligación? ¡Qué buena tarea que nos regalás todas las semanas! Distintos comentarios y observaciones. Pero siempre la misma respuesta: “No lo sé, pero no puedo dejar de hacerlo”.
Una memoria que festeja la vida.
Este jueves la lista viene engordada. A las usuales dos horas, le agregué dos más. No son épocas de tirar manteca al techo, pero había que llevarlo a cabo.
Si bien los últimos doce temas de esta emisión se parecen más a la idea original de la Telaraña, la vida misma fue permeando el material, las devoluciones fueron haciendo mella y el costado más pop o cancionero le fue ganando espacio a los espectros y los efluvios más experimentales. Eso sí, el minimalismo no se mancha.
Espero que disfruten de este viaje hacia el centro de la nada.
Esta emisión de Bailando sobre una Telaraña está dedicada a las mujeres (Maca, Mari y Mariana) que cuidan todas las semanas a mi madre. Gracias por tanto amor y paciencia.
Aquí va el link para que puedan escuchar este capítulo:
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¡Nos vemos la semana próxima!
Bailando sobre una Telaraña, la vuelta de tuerca al algoritmo.