Tardes y más tardes pasó Federik pensando esa pregunta que determinaría algo. No sabía qué. No le importaba. Solo ansiaba dar con esa pregunta. Intuía que en ese hallazgo detentaba algo. Le gustaba pensar que había aroma a gol.
Estaba seguro que su poca suerte, la indiferencia del mundo a su producción poética, a su sensibilidad intelectual, obedecía a su incapacidad por no contar con esa pregunta que le abriese la puerta del conocimiento.
Pobre, Federik. Quería llamar la atención. Quería destacar en el coro de la poesía, pero solo labraba formas viciadas de pompa, líneas y más líneas sin la dureza necesaria para levantar a la hinchada.
Lejos estaba su búsqueda de acercarse al misterio de ese género milenario (ay, la cacofonía). Ni le llegaba a los talones con su escritura y menos con su floritura (ya que estamos con el futuro caco). Claramente, él no podía dimensionar que en esa afrenta estaba su talón de Aquiles.
Meditaba Federik en el asunto tanto como boludeaba. Porque era vago. Vago de vago, no de vagar, de flaneur. Decía que sabía pero al hablar desdecía lo que sabía. Es cierto, daba vueltas a la calesita. Y daba también vueltas al perro.
Había ocasiones donde el deseo era más convincente que el contenido. Entonces, ¿era válida esa travesía? ¿Y si no eran las palabras el vehículo de esa pregunta? ¿Y si en los números, en la fantasía de los números, en la vaguedad e impunidad de los números, en el azar y la prepotencia de los números, se hallase la pregunta?
¿Y si dejaba las palabras para los que tienen pasta, y se dedicaba a la fábrica de mentiras más grande de la humanidad, la industria de las finanzas y la economía?
La pregunta encerraba la verdad, pero como todo proceso, se entrometía la desfachatada realidad, las impericias de la realidad, los sobacos de la realidad. Ay, por qué Federik, por qué, por qué las palabras tenían que ser las conductoras de una pregunta tan grande y visionaria que no llegabas a plasmar.
La influencia de la expectativa era enorme. Como era enorme su peso. Además, la certeza de que no había modo: las palabras eran muy lindas pero había que trabajar y ajustar los procedimientos para que resultasen significativos. Pero no había caso: lo suyo era el ocaso (ay, el caco).
PH: Le Vif – L’Express.
Tendrán que pasar más de dos décadas para que una filósofa belga, Vinciane Despret, le ponga las palabras exactas al dilema de Federik: “Lo que necesitamos aprender es cómo formular buenas preguntas. Se trata sobre todo de ponernos nosotros mismos en una situación de aprendizaje, redistribuyendo el conocimiento experto no solamente en cuanto su contenido, sino también en cuanto a la manera de preguntar acerca de su contenido”.
Esta observación es parte de Cuerpos, emociones, experimentación y psicología, publicado por la editorial argentina Coloquio de Perros en 2022. Donde Despret le espeta en la cara a Federik, el poeta devenido economista, una pregunta crucial: “¿Cómo vamos a construir un saber interesante si ni siquiera hallamos el modo de hacer que nuestras preguntas resulten interesantes –o no– a aquellos a quienes nos dirigimos?”
Esta emisión de Bailando sobre una Telaraña está dedicada a las trabajadoras y los trabajadores de Telam. El atropello y la violencia de estos días nos retrotraen a los modos que pensamos no volvían más de la dictadura cívico-militar. Miedo, mucho miedo.
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¡Nos vemos la semana próxima!
Bailando sobre una Telaraña, la vuelta de tuerca al algoritmo.