Días atrás le mando un mensaje de feliz cumpleaños a una amiga. Nos conocemos desde hace más de treinta años. Pero hace más de veinte que no nos vemos. Ella me considera un amigo. Lo mismo en mi caso.
Pero no nos vemos. Hace mucho.
A veces pienso que si bien vamos a saludarnos en cada instancia como la de un nuevo aniversario de vida, o preguntaremos cómo estamos cuando observemos un estado en nuestras redes que amerite acompañamiento, no sé si volveremos a vernos.
No vivimos cerca, pero tampoco lejos. No tenemos amigos en común, pero tenemos muchas historias en común.
Pero no sé si volveremos a vernos.
Claro, dirán: “¿Por qué no la llamás o le escribís? ¿Por qué no dejás de ponernos al tanto de esta situación personal?”
No obstante lo cual, digo, quiero decir. O sea, digamos: ¡¿No les pasa también?!
Quien esté libre de pecado, ¡levante la piedra!
Ahora bien, no es que no quiera ver a mi amiga.
Tal vez me haya acostumbrado a esta inercia. Tal vez no vea algo negativo. Tal vez la recuerde ese día en especial y quiera encontrarme con ella, aunque después la misma rutina, la misma enquilombada realidad, vaya postergando la cita.
¿No les pasa también que cuando piensan en esa persona el día de su onomástico, en una curiosa filigrana de tiempo aún se contemplan iguales a esa época en que dejaron de verse? ¿Que cuando la saludan, celebran desde ese año o esa nube que los atravesaba cuando dejaron de verse?
Seguramente les habrá ocurrido, en ese revoleo de caras y más caras que implica volver a cruzarse con compañeras/os de la primaria o secundaria después de décadas, que algunas almas caritativas se hayan quedado en la broma, en el modo en cómo se dirigían al otro en aquellos años. Como si nada hubiese cambiado, salvo todo…
Algo del tiempo, algo no resuelto con el tiempo. Como si no pudiésemos con el tiempo. Con el paso del tiempo.
Esta emisión de Bailando sobre una Telaraña está dedicada a Javier Martínez (Buenos Aires, 1946-2024), el poeta suburbano del rock, la persona que logró encandilar nuestros sentidos con un vozarrón único y unas letras tan viscerales y filosóficas como pocas. Por suerte se lo recordó y mucho en las redes y los medios. Todavía tengo dieciocho años y no paro de escuchar el vinilo doble que me prestó un vecino del barrio. Uy, el tiempo…
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¡Nos vemos la semana próxima!
Bailando sobre una Telaraña, la vuelta de tuerca al algoritmo.