Imagen: Francisca Etcheto
Me encanta el momento en que abro una de las puertas de la bajo mesada y me encuentro con que tengo a nuestras gatas ahí, al pie. Impertérritas y expectantes.
Esa prestancia. Esa presteza. Esa hidalguía en su porte. Esos ojos. Esas narinas. Ese modo de sentarse sobre las cuatro patas.
Estamos ahí porque hay un motivo: detrás de la acción en sí se halla la bolsa con su alimento. El alimento mismo, todos los días el mismo alimento.
¡Pero ellas irradian una felicidad incomensurable cuando comen ese alimento aunque sea siempre el mismo menú! ¡Siempre lo mismo y siempre la felicidad y la alegría de comer lo mismo!
Cuánto bien le haría a ciertos seres humanos esta bendición.
Pero no, joden y joden con el cambio. El cambio, el cambio. No obstante lo cual, no se hacen cargo de que su idea detrás del cambio es el retorno de lo mismo.
(Hay que aflojar con el pasado. Hay que aflojar con el cambio cuando no hay ningún cambio por delante. La ignorancia sigue rancia, muchaches. Los cadáveres del pasado reverberan. El olor desagradable del pasado regurgita.)
Pero hoy no vine acá a hablar de las tragedias cotidianas de los elfos y los posthumanos. Sino de la felicidad gatuna.
Del sonido que produce la puerta de la bajo mesada y la inquietud que provoca en el universo felino esa ceremonia. Un acontecimiento. Una reafirmación de algo único. Una maraña de sensaciones positivas.
Me encanta observarlas dormitar –¡pueden llegar a dormir dieciocho horas por día!–, o contemplando vaya a saber qué con una apacibilidad maravillosa, pero cuando escuchan el ruido de la apertura de esa alacena todo cambia.
Cambia, todo cambia. Solo por el sonido que produce la apertura de esa puerta de la bajo mesada. Solo por todo lo que detenta ese chirrido: el alimento, la alegría del alimento, la bendición de lo mismo.
La paz que brinda la repetición de lo mismo.
A veces me pregunto –cuando ya no sé lo que me pregunto– si ellas no viven por ese ruido que produce la puerta de la alacena.
Ese manto sonoro nuevo pero conocido en el espacio de la cocina.
Esa tracción aleatoria aunque incorporada en su rango dinámico.
Esa oscilación entre el crujido que exhala el movimiento de la primera puerta de ese bandoneón de puertas y la confirmación de que luego se abrirá la siguiente.
La confianza en la repetición de lo mismo.
El edén gatuno.
Esta emisión de Bailando sobre una Telaraña está dedicada a las gacelas de la Scaloneta que nos dieron una gran alegría en medio de este lodazal. ¿Quién dijo que no hay que entrar a un lodazal vestido de celeste y blanco?
Además, gracias infinitas a quienes se sumaron al segundo programa de Tienda de canciones en radiosi.com.ar
Este viernes de 16 a 18 hs nos visitan Islas de Caras.
Aquí va el link para que puedan escuchar este capítulo:
Se agradecerán los comentarios y recomendaciones en redes sociales.
Y también los aportes a mi alias spinettiano en MercadoPago: bazos.supo.vivo.mp
¡Danke/ merci/ grazie/ obrigado/ большое спасибо/ asante sana/ شكراً/ gràcies / 多谢多谢/ Thank you/ תודה (רבה)!
¡Nos vemos la semana próxima!
Bailando sobre una Telaraña, la vuelta de tuerca al algoritmo.